Gracias, vieja. Así tituló Alfredo Di Stefano el libro de sus memorias, en referencia a la pequeña figura de un balón que preside su casa y en cuyo pedestal se puede leer esta frase de agradecimiento. Más aún, se trata de una rendición del genio argentino a ese elemento que hace posible el deporte más maravilloso del mundo. Él fue uno de los primeros en mostrarnos que un hecho tan sencillo, a prioiri, como intentar meter un balón en la portería puede convertirse en uno de los espectáculos más bonitos que se puede presenciar. Tiene un enorme poder de sugestión. Si lo tienes en las manos cuesta no apretarlo, no girarlo, no botarlo y, al fin, no patearlo. Para los futbolistas es un gran fetiche. Necesitan su contacto, refrescar sus sensaciones. Los entrenamientos sin balón son insufribles y hasta cuando no se entrenan tienen uno a mano para juguetear con él.
Supongo que es inevitable porque los edificios se deterioran y el progreso se cobra su precio (Jung decía que un progreso no representa necesariamente un avance social), pero entiendo que no se puede uno instalar en la nostalgia o la melancolía. Los edificios históricos, los emblemáticos o señoriales de las ciudades son restaurados o reciclados porque forman parte del patrimonio cultural, pero los estadios son desmantelados sin compasión. Sus goles, sus pases, sus futbolistas, sus alegrías y sus penas, las vivencias irrepetibles de tantas y tantas personas, flotarán para siempre como espectros fantasmales entre el forjado de la nueva construcción.
Sea cual sea la opción resultante, no estaría de más que algo recordara que allí hubo un campo de fútbol que sirvió de icono al Real Murcia, a la ciudad de Murcia y a sus habitantes. Algo que forma parte de la memoria histórica de la capital del Segura. Quizá un espacio museístico en el que se reconozca el murcianismo, con prendas, fotografías o videos del club grana. Quizá un recinto congresual. Quizá una fusión de estructuras integradas, como la muralla árabe se funde con las paredes del Rincón de Pepe.
Sería un bonito homenaje a varias generaciones que compartimos sus estrecheces; el sol y la lluvia a la intemperie, en sillas de madera, de cemento o de plástico; los pastelicos de carne y las empanadillas de Bonache en aquellas noche de Copa... El murcianismo le debe una buena despedida a La Condomina antes de que se reúna con el viejo Atotxa, el viejo Luis Sitjar, el viejo Colombino, el viejo Insular, los viejos Cármenes y todos aquellos que saboreamos en grandes tardes de radio y Estudio Estadio. Sería una buena idea reunir a todos en una gran foto de familia sobre la vieja acequia que dio nombre al estadio. Con un lema común: Gracias, vieja.