martes, 15 de febrero de 2011

Valverde también merecía la presunción de inocencia

Alberto Contador ha sido exculpado por la Federación Española de Ciclismo de su presunto dopaje. Ni responsable, ni negligente -dice la sentencia- de que aparecieran restos de clembuterol en uno de los análisis que se practicaron en el pasado Tour de Francia. El ciclista elude de momento una sanción de un año, pero si la UCI, la AMA y el TAS siguen con el caso, se enfrentaría a un castigo de dos años.
La presión social a los jueces federativos ha sido muy vinculante para la sentencia, por otra parte justa. El Gobierno se ha volcado en su defensa, también el jefe de la Oposición y hasta el presidente de la Audiencia Nacional. Las razones son obvias: La muestra de la sustancia prohibida es tan insignificante que no se puede considerar como dopante y tampoco se puede decir que la metiera voluntariamente en su cuerpo, porque habría restos de algún compuesto químico necesario para su disolución en la sangre. No hay base jurídica para sancionarle, a pesar de que se enfrenta a un hecho probado: se encontró en su orina una cantidad ínfima de un producto estrictamente prohibido. La presunción de inocencia ha evitado su condena, al menos de momento. Enhorabuena, campeón.
Sin embargo, resulta llamativo que esos mismos actores sociales no se hayan empleado con la misma contundencia en la defensa de Alejandro Valverde. Al murciano, a diferencia de Contador, se le ha encausado por una acumulación de pruebas circunstanciales sin que haya dado nunca positivo en níngún control. En ninguno. El CONI obtuvo de una manera irregular una muestra de sangre con muestras de EPO, al parecer del corredor murciano, correspondiente al año 2004 (¡seis años antes!) y eso bastó para condenarle. Recuerdo que en pleno proceso apareció por Murcia Jaime Lissavetzky y, al preguntarle al respecto, se lavó las manos por completo. "Es un proceso en el que el Gobierno no puede intervenir, depende de las instituciones judiciales", me dijo. Pues por lo visto con Contador si convenía intervenir, por fortuna y eso ha sido vital para frenar la voracidad de la UCI para castigar el ciclismo español. La presión internacional, incluyendo la del propio Tour, harán el resto. Mientras, Valverde ha visto truncada su carrera después de defender su inocencia más sólo que la una.
Es verdad que en el ciclismo hay tramposos (ver la historia de Riccò), pero también lo es que a los grandes campeones se les fiscaliza su esfuerzo hasta el paroxismo. Los éxitos de Contador no son gracias a un picogramo de clembuterol y los que ganó Valverde en el último lustro, tampoco. Al que se dope hay que echarle de este deporte, junto a los que lo han hecho posible. De por vida. Pero con las mismas oportunidades para defenderse.
Si ese meticuloso laboratorio suizo capaz de rastrear esa minucia analizara los restos orgánicos de algunos futbolistas, quizá saltarían las alarmas hasta Dublín.

1 comentario:

  1. La justicia deportiva es que parece que ciega, lo que se dice ciega, no debe ser. Si acaso tiene miopía interesada.

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