viernes, 22 de julio de 2011

No a los cupos, sí al espectáculo

Pentinel pide que los nacionalizados, al menos, hablen español
Tengo un amigo con un enfado impresionante porque a su hijo no le han dejado entrar en el Instituto de su barrio y lo han mandado al quinto pino. Además, el chaval tendrá que abandonar su formación bilingüe en inglés para aventurarse en el estropajoso léxico alemán. Son los cupos, los dichosos cupos, los que lo han impedido. El cabreo de mi amigo no es porque haya pocas plazas, sino porque tienen preferencia los alumnos cuyos padres tienen rentas más bajas, sin ser él un potentado. Algo lógico para aplicar un principio de igualdad en la edad preescolar –indica-, se convierte en un agravio en la Segunda Enseñanza, porque los estudiantes ya poseen un expediente académico. Resulta que el chaval puede ser un vago y un zopenco y otro ha acabado con sobresaliente, con ganas de estudiar, pero la plaza se la queda el primero. Una plaza hipotecada el doble porque lo más probable es que ese alumno repita y vetará otro pupitre para las solicitudes del año siguiente. Aunque desde la Consejería de Educación se trabaja de manera ardua y coherente, queda mucho camino por andar, dice mi amigo.
Los cupos. En los tiempos que vivimos, inmersos en la globalización y el liberalismo galopante, el establecimiento de fronteras es absurdo. Sólo la necedad nacionalista y analfabeta considera hoy en día que se pueden límites al progreso y cuando intentan colocarlos salen trasquilados. Fronteras o cupos, no se pueden poner puertas al campo. En el caso del Deporte profesional, cada vez que se articula una acotación del mercado lo que se produce es un sometimiento del producto a los intereses comerciales y particulares de quienes lo rigen. Las reglan se aplican con actitud esmeril para evitar lo que no interesa y otras veces se flexibilizan de manera milagrosa, como cuando se trata de nacionalizar, por ejemplo.
Eduardo Portela,  presidente de la ACB
En la ACB han dibujado un logaritmo de cuotas para canteranos, comunitarios, asimilados, extracomunitarios y ‘cotonous’ que necesita de un Master en Derecho Internacional para confeccionar las plantillas. Afirman que lo hacen para preservar la formación del baloncesto en España y el nivel de la Selección. Su idea es que cuantos más canteranos (jugadores de cualquier país de Europa, no necesariamente hispanos, formados un mínimo de tres años aquí) actúen en la primera Liga Española, tendrán mayor presencia en la Selección por una simple regla estadística. Sin embargo, resulta paradójico que tengamos el mejor equipo nacional de la historia sin haber aplicado estas leyes. Si la actual es la fórmula del éxito, ¿no sería más coherente mantenerla y potenciarla, en vez de cambiarla? A lo mejor resulta que los jugadores nacionales crecen más y son más efectivos cuanta más competencia tienen. Otra cosa es postergar a un jugador de ‘la tierra’ por un extranjero de medio pelo. Pera es una cuestión particular de cada club. Allá el ojo de cada cual.
Lo que se debería cambiar es el modelo de formación y la filosofía de los clubes. Procurar una infraestructura suficiente y una cultura del Deporte para que los niños que lo practican por indicación de sus padres, se conviertan en adolescentes que lo ejercen por pura voluntad y que tengan dónde y cómo hacerlo, con formadores adecuados y no representantes interesados. Por último, que los clubes creen el marco adecuado para que esos jóvenes puedan llegar al profesionalismo. Porque una vez que se llega a la élite ya no se pueden aplicar injerencias, deben ser los propios jugadores los que se ganen el sitio al margen de su lugar de nacimiento. ¿Alguien se imagina que a Pau Gasol no le hubieran fichado los Lakers porque tiene cubiertas las cuotas de europeos? En la NBA no hay límites.
Por contra, no se vuelven tan restrictivos cuando se trata de facilitar la nacionalización de los jugadores por meros intereses económicos. Profesionales a los que les trae al pairo España, su cultura, su historia o su gente, sólo les interesa su dinero. Si pudieran competir con su nacionalidad nunca besarían la bandera española. Y encima se quejan de que las leyes de inmigración son lentas, densas y selectivas, aunque no lo son ni la mitad que la mayoría de países europeos. Los clubes y los comisionistas apremian para nacionalizar por doquier, se crea una falsa urgencia de nacionalización con la excusa de que no podemos perder la oportunidad de que tal estrella se pierda en el firmamento ibérico. Recuerdo en los últimos meses los lamentos de Mauricio, jugador brasileño de ElPozo porque no le llegaban ‘los papeles’. Sin embargo, en cuanto ha tenido la oportunidad, ha salido pitando con su pasaporte a Moscú, con la mente puesta en Brasil. Con el ojo húmero, sniff!, pero el dinero en el bolsillo. No le cupo más.

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