Luis Oliver Albesa, presidente del grupo Bitton Sport y accionista del Betis, ha sido contundente: "Ya sólo falta que me digan negro o musulman", según parece en el tono más despectivo de la afirmación y en referencia a sus cuitas con los opositores a la cúpula verdiblanca. La Comisión Antiviolencia debería intervenir de inmediato, demostrar que sirve para algo más que multar niñatos borrachos en los campos de Segunda B.

Oliver es bien conocido en la Región de Murcia, sobre todo en Cartagena, donde se estuvo pavoneando en la temporada 2002-2003, olisqueando cualquier oportunidad ventajosa. Después de arruinar al Xerez, en el que tuvo a los jugadores sin cobrar, apareció en la ciudad trimilenaria para intentar reflotar un club por entonces en situación crítica. Oliver es un empresario especializado en adquirir y gestionar empresas en situación angustiosa, así que la ocasión le venía como anillo al dedo. A Cartagena llegó como Mecenas, se le tendieron alfombras de terciopelo en el Ayuntamiento y por parte del anterior dirigente, Florentino Manzano. Pero venía con billeto de reintegro, no de ingreso y a los tres meses ya había pergeñado la espantada. Hasta los teléfonos cortaron. Pepe Murcia no llegó a empezar la temporada en el banquillo y Palomeque y Juan Señor, después, no pasaran a la historia por tirar de un equipo arruinado económica y mentalmente. Traversone tuvo que enjuagar la vajilla, a la postre. Lo único que quedó fue el cambio de nombre, para recuperar la actual denominación del FC Cartagena.
Siete años después reaparece en Sevilla a uña de caballo para hacerse con el Betis y dicen las malas lenguas que como testaferro de Lopera, aunque él lo niega. Más les vale a los béticos atarse los machos, visto su historial.
Es probable que este sujeto, que se desenvuelve tan ágil en los fangos del fútbol y la especulación, haya encontrado acomodo en la permisividad legal de los clubes. Este tipo de dirigentes con estirpe propia, decididos salvapatrias en situaciones límite dispuestos a obtener los mejores réditos del éxito -siempre fugaz- y salir indemnes de sus fracasos, que siempre pagan los aficionados y los contribuyentes. Las Sociedades Anónimas Deportivas han fragmentado sus buenas intenciones precisamente en su fracaso con los dirigentes. Esperemos que no ocurra lo mismo con la entrada en vigor del nuevo Código Penal -en diciembre próximo- que considera ya delito determinadas acciones en el fútbol. Como proclamar a viento y marea la xenofobia y el racismo.
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